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Camaná Hermosa N° 14

Camaná Hermosa N° 14

miércoles, 11 de agosto de 2010

Cabahío, el pardo que descubrió los Camarones

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Por: Luis Daniel Gutiérrez Espinoza
luchogutierreze@yahoo.com
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Nadie se atreve a precisarlo exactamente, creo es verosímil calcular ocurrió durante la época que el mar invadió las costas continentales, conforme versiones debidamente comprobadas y según memoriosos antecesores, cuando aún los tradicionalismos, a pesar del Día de la Independencia, tenían cogidos del cogote existencias y heredades.
Feo maremoto el de 1868, empujó la tierra firme más adentro adelgazando la franja costera contra la sierra con sus tremendos olones de crestas embravecidas picaneando nubes y vientos, remontando fiero ríos y cerros, tragándose planicies enteras y todo cuanto fuese útil. Ahuyentaron a las gentes que asustadas a punta de pánicos, rezos y zurriagos, apresuradas arrearon animales cargando a la diabla lo escasamente salvado.
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El Faro, óleo de José Valdivia Choque
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Cuentan que en esa desesperada evacuación abandonando las querencias, bullangueras gallinas con su loca alharaca y virtuosos aspavientos, tan conocidos y jamás desmentidos, iban noticiando a todo cristiano con el que se cruzasen, los terribles desbarajustes que el inusual suceso provocaba. Refieren, abundando en detalles, que el mar al recogerse, ya tranquilizado y acomodándose pasivo en su lugar, concluyó regando a su paso toda una estela de vida y un como permisivo designio divino supuestamente bendijo concupiscencias y maridajes, inició lances con la que encontró en aguas dulces... de manera tal que resultaron las lizas y ese extraño apareo entre cangrejillos y langostinos, que como no imaginaron averiguar otro modo, por distraerse y habituarse a este nuevo medio, engendraron lo que Cabahío inconsultamente merced a su mala manía interpretativa del precepto, real gana mejor dicho, dio por endilgarles nombres a cuantas cosas diferentes y raras hallara y acabó denominándolos Camarones. Fundamentó su licencia arguyendo esa era también otra sabia disposición de Dios y bastantes zarandajas más por el estilo. Así se llaman señor, Camarones, ¡Camarones!, ¿me entendió usté?
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Había escampado, junto con las lluvias terminaron los remezones, reverdeció el monte y en los bajíos de las ciénagas aparecieron los característicos callacaces y totorales bordeando acequias y lagunas, donde los patos marruecos, parihuanas y cigüeñas, hurgando los fondos de yuyos conseguían alborotados sartales de renacuajos y pececillos. El río se desmembró en montonales de brazos, distribuyó paciente y muy diligente los recados encomendados por la saladera que aguas arriba eran pacíficamente aguardados. Muchos años después, perduraba todavía un ligero sabor marino en sus riberas ocasionando gran descontento en los hombres y las bestias que allí acostumbraban abrevar sus calores... hasta salobre nacía la grama, señor.
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- Oigasté, aquí ha venido un gringo blanquiñozo que afirma apellidarse Von Humboldt y que estas mis criaturas no son camarones, sino crustáceos familiares de los artrópodos, fíjese pues, cómo me está descuajeringando mi método y saber con esos dificultosos apelativos.
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Cabahío tenía el hígado bien puesto, los vecinos aseguraban además poseía riñones harto fajados, por eso la contrariedad le arrugó las cejas partiéndole de un solo tajo la frente en dos, sacándole brillos asesinos a sus ojos. Tal cual sus ancestros africanos, dos, quizás tres generaciones atrás, le inculcaron para poder enfrentar victoriosamente al enemigo. Pese su cuerpo desmedrado, dispuso al asalto sus piernas de saltimbanqui y entiesando el pulgar, apuntó al intruso.
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- Sepaseló usté son camarones, so bruto, ¡ah!
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Teutónico en sus trece, el caballero calló, la experiencia le aconsejaba no contradecir ni aclarar. Había estado haciendo observaciones brujuleando las corrientes de la playa e interrogando a las aves migrantes... ¿cuándo llegaban, por qué y a dónde enrumbaban?, anotando cuidadosamente con una pretenciosa pluma de ganso, especialmente acondicionada a veces como rascadora de orejas, todo lo que la ciencia habría de necesitar y preservar para uso y gloria futura: “... la pesca del crustáceo se realiza mediante modalidades de recolección por agrupación, gracias a que en el río y contra corriente colocan una especie de cono invertido hecho de caña carrizo que los camaniences designan como Izangas”.
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Exhibiendo flacuras de casi mendigo y de ocasional sobreviviente como mandadero, peón eventual o de embustero pulpero comerciando de puerta en puerta ya sea fruta, mariscos, pescados, camotes, yucas y hasta sombreros de paja toquilla, instintivamente sacó a relucir sus ingenios. De repente sugerido por el estómago vacío, supo que hirviendo la olla y llenándola vivo vivo con tales animalitos, se alimentaba fuerte y duro, sancochó entreverando papas y orégano, preparó un molido de ají picantísimo a fin de combinar a gusto el asunto y a quien preguntara contestaba, de acuerdo a su extravagante idea de bautizar novedades y rarezas, que eso se llamaba Capizca: “... se come las colitas peladas y la carnecita de las tacas y verá lo que es servirse sabroso, fácil, ¿no?, lueguito luego, un buen aguardiente cagafuego para asentar la barriga y sanseacabó, el vientre queda contento y la comida en su lugar”.
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De esta manera, Cabahío cimentó la fama de su aliento, a cada respiro desperdigaba un vaho saturador llegando a cubrir ambientes que cómodamente podían contener hasta cien personas y a todas, las embriagaba... para comprobar su eficacia, el que menos recordaba debía ser el primer convocado a la hora y hora de embalsamar algún difunto, nomás soplaba y el calor o el tiempo ninguna mella ya le hacía. Por esta razón, fundadamente se sospechaba que conocía al dedillo la cotidianidad ajena, prácticamente con pelos y señales, incluso allá lejos los linderos del valle, pero él, hum... peor que una tumba, particularmente en casos referidos a infidelidades o súbitas muertes. Eso sí, su lengua brincaba agitada, volaba, sobre todo si de tesoros escondidos se trataba, encandilaba soledades relatando historias de finos caballos mostrencos galopando a la cabeza del yeguarizo lomero o de morenas salerosas danzando en alguna Yunza o de galeones de piratas anclando en Las Cuevas para cantarle versos a la luna y en la baja marea, pegarse un revolcón caliente con las sirenas. Pobrecillo Cabahío, mientras sus aflicciones de huérfano filtraba imágenes de niño sin filiación verdadera, corriendo tras las lagartijas o trayendo abajo a los girasoles para exprimirles la hiel o extraerles el aceite y untándoselos, sumergirse tranquilo en las ensenadas o en las aguas embrujadas de La Poza Encantada y ni una articulación ni músculo alguno volvía a entumecérsele. Braceaba diestro buscando piedrecillas brillantes, el coral del Secreto Ignoto o las perdidas plegarias de los náufragos ahogados en hora mala, seguidamente de ordenarlas con cuidado y considerando su antigüedad, devotamente las elevaba al cielo para que el Padre Dios Altísimo las recoja y las atienda, todo escrupulosamente verificado siguiendo el ritual del Santo Rosario, conforme le enseñaran los Recoletos de la Capilla de la Sacratísima Virgen de la Asunta, ahí en su Boca del Río.
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Estando en esas, fue que descubrió los Camarones y dándose cuenta que podían comerse aprovechó la providencia, también aprendió que además eran pulcros y voraces depredadores y limpiadores, porque engullían cualquier resto, sea grande o pequeño, tangible o intangible... filos de cuchillo, llantos de guaguas, pólvora de trabucos, pudores de vírgenes, voces de cantores, amores de una noche o un instante, resuellos de perros sedientos, avaricias de viejas antiguas, testes de violadores, picos de gallos navajeros, cuerpos insepultos, rezos de beatas penitentes, gritos de aquí o aquí viene, cetáceos antediluvianos, célebres cuentos de cornudos, machos desafíos de cuál me pisa el poncho o quién soís vos, cargas de fusilería luchando por el sillón presidencial, crímenes de salteadores impunes, lágrimas de abandonadas, ulular de aparecidos señalando huacas y azules luces de fogatas identificando tesoros escondidos, turumba y media de borrasca, joda y chismerío... ¡miéchica!, chanchitos de río me resultaron.
Proponiéndose respetarlos, juró nunca cazarlos, a la larga dicen, que vencido por los olvidos y acuciado por los hambres, un día de esos traicionó la promesa.
Rápidamente entonces, previniendo mayores desgracias, apenas alertados se reunieron en Cabildo y a la luz de candiles invocando benevolencias, desatando nudos y nudos de oraciones tras oraciones, el cura, el alcalde, el pueblo entero, para tratar de arreglar salomónicamente el subsecuente destrozo. Cabahío arrepentido solicitó consejo, si había transgredido la norma excediendo la necesidad divulgando al mundo y a quien le prestara oídos lo de la Capizca y los Camarones, ¿acaso cabe la posibilidad que puedan extinguirse, oigasté, no sería conveniente revertir el tiempo, convivir solidarios y en completo equilibrio?
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Parándose, todos juntos otearon el porvenir, miraron los años y solemnes acordaron: “Si pues, desde hoy solo tomaremos lo indispensable, oportuno y necesario, porque el desperdicio nos convertirá para siempre en hombres tristes, en hombres sin naturaleza que mañana nos nutra y nos sustente”.
Cabahío, se alejó despacio repitiéndolo a susurros, como queriendo conjurarles las entendederas y enseñarles cuánto la ambición mata y nos mata, golpeándose el pecho, sintió renacer sus esperanzas...
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